jueves, 13 de diciembre de 2007

Bayadera 1/3

Bayadera.

I

Alzó la mano para pedir al chofer del camión que parara, este se detuvo. Bajó la mirada para ver dónde pisaba y viendo sin mirar las nalgas de su amiga que subió antes que ella, se asió del pasamanos para subir al colectivo. Hacía casi tres años que ella y Macrina, tomaban el colectivo en el mismo lugar, unas veces a las ocho y media de la mañana; otras a las nueve. Trabajaban casi doce horas entre semana y los sábados ocho, pero hoy, cerrarían en horas de comida, para ir a ver un local ubicado en la zona del centro de la ciudad, y dónde estaban seguras podrían tener un negocio próspero. Una vez que hallaron acomodo y con el colectivo en movimiento, platicaron con el entusiasmo de la novedad sobre sus ideas, hasta que sobre la marcha, un acento del aire se convirtió en silbido, le robó la atención y la situó en los linderos de aquellos principios. Posó su mano en la de Macrina, volteó la cabeza hacia la ventana y quedó espontáneamente diluida entre el vidrio, el marco, el viento, la voz de su amiga y la cara que ofrecía la ciudad con sus fachadas y sus fachas, con los otros transportes, con los árboles, las nubes y la otra gente, hasta que se encontró la mirada en la ventana y en una fracción de segundos, se le reveló aquel ayer que ya había logrado desprenderse del recuerdo, pero que, ante las promesas de este futuro inmediato, no pudo dejar de añorar, ya que el hoy se desencadenaba precisamente por aquellos dolorosos eventos. En paz, dejó la mente libre al fin, se incorporó y mientras le pedía una disculpa a Macrina por dejar de escuchar, estalló en un “¡Sí, estoy de acuerdo…!”, mientras con los ojos enrojecidos y llenos de gratitud le sonreía.

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